Inteligencia artificial país “rico” Inteligencia artificial país “pobre”.
Si bien estamos avanzando en el concepto de sociedad del bienestar, entendida ésta como aquella que ofrece igualdad de oportunidades al conjunto de sus ciudadanos, una sanidad pública fuerte y una educación consolidada a partir de una visión de estado que busca implementar servicios de calidad acordes con el siglo XXI haciendo uso de las nuevas tecnologías para mejorar su accesibilidad, reducir costes y optimizar resultados, un análisis de nuestro entorno nos demuestra que esto no es así.
La tecnología del siglo XXI debe estar orientada al ciudadano, facilitando el acceso a los servicios públicos, democratizando el conocimiento y mejorando los niveles de calidad de vida. Con la irrupción de la inteligencia artificial (I.A.), como estandarte de la nueva revolución industrial nos encontramos, sin embargo, con nuevas situaciones a las que aún no hemos dado una respuesta: ética en el uso, humanización de las actividades o libertades del ciudadano son conceptos que se están viendo afectados por la misma y no siempre de manera positiva.
Esta tecnología, que en breve tomará decisiones por nosotros, carece de un marco ético que lo regule. En una situación de crisis sanitaria como la actual, donde nuestros sanitarios se han jugado la vida y donde la sociedad intenta buscar una solución a la crisis económica que ya es una realidad, parece frívolo plantearse esta reflexión.
Sin embargo, las nuevas tecnologías son y serán herramientas fundamentales para dar respuesta a esta crisis, y por lo tanto, necesitamos crear un marco que nos permita pensar, proponer, debatir, consensuar y definir, no de manera aislada si no de forma colectiva, a dónde queremos ir como país en la transformación digital como medio para evolucionar a un nuevo concepto de sociedad donde las mismas eviten, y si no es así, al menos prevengan y amortigüen las consecuencias nefastas de crisis imprevistas como ésta.
La sociedad necesita cambiar, debe cambiar: nuestros hijos ya utilizan de manera continua y natural las nuevas tecnologías y, sin embargo, no los estamos concienciando en lo que suponen las mismas en nuestro día a día ni en el impacto que tendrán en el concepto de sociedad y del ciudadano. Su utilización generará enormes ventajas pero también supondrá importantes amenazadas a multitud de elementos que hoy consideramos inmutables: educación, trabajo, sanidad o transporte se verán irremediablemente afectados evolucionando a conceptos nuevos y diferentes. Sin una regulación efectiva que entienda que sobre la tecnología está el ciudadano y que todos debemos contar con las mismas posibilidades de hacer uso y disfrute de las mismas, su implementación masiva podría suponer una causa más de desigualdad con consecuencias irreversibles.
Si queremos evolucionar y transformarnos en un país del siglo XXI moderno, competitivo, que sea capaz de adaptarse rápidamente a cambios imprevistos sin que esto suponga un elevado coste social y económico, debemos establecer pilares sólidos y estables a partir de políticas de transformación digital a largo plazo que se preocupen del día a día sin perder de vista el mañana.